Mientras las protestas cívicas que tuvieron lugar por varias semanas en Caracas y el país en abril de 2017 eran reprimidas con gases lacrimógenos y perdigones antes de alcanzar el objetivo de llegar a diversas instituciones del poder público ubicadas en el centro de la ciudad, pequeños grupos de manifestantes con pancartas, vinculados a las artes visuales y escénicas lograron ese propósito, al menos en dos ocasiones.
La primera fue el 21 de abril, fecha en llegaron hasta el Teatro Municipal de Caracas, sede del Festival de Teatro organizado por el gobierno, con una gran tela donde decía “Salimos del Guaire limpios de conciencia”, refiriéndose a un episodio donde los asistentes a una marcha debieron lanzarse a las aguas putrefactas del río que atraviesa la capital para evadir la andanada tóxica disparada por la Guardia Nacional Bolivariana.
Luego, el 28 de abril, se plantaron frente a la Defensoría del Pueblo, formando un letrero humano con sus franelas que decía “Pude haber sido yo”, en alusión a una frase de Yibram Saab, hijo del titular del llamado “poder moral” a propósito del fallecimiento de un estudiante de la Universidad Metropolitana por el impacto de una bomba lacrimógena en Altamira.
En ambos casos se repudiaba la respuesta represiva del gobierno ante las movilizaciones pacíficas de un sector mayoritario de la población que demandaba el respeto al poder legislativo, la liberación de los presos políticos, la remoción de los magistrados y la realización de elecciones para subsanar la alteración del orden constitucional.
Las dos acciones representan una contestación a la retórica autista del sector gubernamental, enfrascada en un intento deliberado por desconocer las exigencias ciudadanas, en un marco de férreo control informativo destinado a bloquear y silenciar las voces disidentes, así como a omitir o restar importancia a la gravedad de los hechos.
Igualmente, dichas acciones se produjeron “desde el cuerpo” y con la palabra, dos ámbitos de alta significación en la contienda que libra la sociedad venezolana desde hace varios años. El cuerpo y la palabra son las entidades más golpeadas.
El cuerpo es quien recibe los perdigonazos, el que se asfixia con los gases, el que recibe el impacto directo de la violencia. La palabra es “la otra mejilla” de la conciencia civil abofeteada por el poder; la que contesta al sinsentido y los eufemismos ideológicos del poder represor y sus voceros.
Artículo original escrito por Félix Suazo para Tráfico Visual. Foto: Jaime De Sousa